Una obra final que es cifra y legado; un autodenominado profeta entregando el relato de su propia trascendencia.
Un último acto de creación: la despedida esotérica de Bowie
David Bowie siempre fue un camaleón musical: un iconoclasta capaz de reinventarse una y otra vez sin perder jamás su esencia. Su última obra, el videoclip del tema «Blackstar», fue un acto de despedida extremadamente calculado y envuelto en un halo de misterio que parece haber sido diseñado más para ser desentrañado que simplemente visto.
Lanzado apenas dos días antes de su fallecimiento en enero de 2016, «Blackstar» se presentó como una ominosa balada que yacía en el punto intermedio entre la melancolía y la profecía. La estructura de la canción, extensamente larga en comparación con los estándares pop convencionales, y dirigida por una inquebrantable fuerza visual, establece una conversación entre la vida y la muerte, la mortalidad y la trascendencia.
La narrativa oculta: entre símbolos y arquetipos
Podría decirse que el videoclip de Bowie es un compendio visual de simbolismos esotéricos. Desde el inicio, la imaginería es rica y profundamente significativa. En una interpretación del Aleister Crowley más puro, el clip abre con una escena sobrenatural: una mujer flota en una galaxia muerta, sosteniendo lo que parece ser el cráneo de un astronauta caído. Este artefacto notoriamente se dice que pertenece a Major Tom, el alter ego proporcionado a Bowie en su primera época, retornado al polvo cósmico del infinito universo.
La ciudad donde se desarrolla gran parte del metraje recuerda al misticismo abstracto de cintas como «Prospero’s Books» de Peter Greenaway o «Valhalla Rising» de Nicolas Winding Refn, donde la línea entre la realidad y lo onírico se despliega nebulosa, casi imperceptible. A medida que la canción evoluciona, nos adentramos en un juego visual inquietante: crucifijos como antenas parabólicas, cultistas con vendajes que transforman el desvarío sombrío en un ceremonial eterno.
Un legado artístico envuelto en sonoridad y mensaje
Más allá del componente visual, la música misma en «Blackstar» amplifica su mensaje. La producción presenta acordes disonantes y una atmósfera cargada, creada por el productor Tony Visconti y un conjunto de músicos de jazz contemporáneo, dándole un matiz atemporal que sugiere tanto lo efímero como lo eterno.
Al trazar paralelismos sonoros, podemos ver cómo Bowie toma prestado de los métodos compositivos de John Coltrane e incluso del caos controlado de Captain Beefheart. La melodía es una odisea introspectiva, resonando con ecos del pasado de Bowie, desde Ziggy Stardust hasta el Thin White Duke. Es una pieza que tiene la imprenta de momentos tan intrínsecos de su carrera, y se planta como una última manifestación de su habilidad de ser contemporáneo mientras bracea hacia lo desconocido, hasta su tirar final al silencio.
Concluyendo: el enigma eterno de Bowie
Con «Blackstar», David Bowie no solo entregó su última obra maestra, sino que tejió una morada única para sus seguidores: un enigma abierto a lecturas múltiples, muchas de las cuales probablemente sólo se entenderán completamente en los años venideros. Al final, Bowie no solo fue una estrella negra que desapareció en el cosmos; fue un narrador que comprendió el poder atemporal del misterio, dejándonos un último misterio mientras hacía su tránsito a la eternidad.
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