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El día que nunca termina: Groundhog Day, el Dia de la Marmota, y la repetición como condena y liberación

El día que nunca termina: Groundhog Day, el Dia de la Marmota,  y la repetición como condena y liberación
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El día que nunca termina: Groundhog Day, el Dia de la Marmota, y la repetición como condena y liberación

El día que nunca termina: Atrapado en el tiempo (Groundhog Day) y la repetición como condena y liberación
La comedia más filosófica de los 90 escondía, bajo la sonrisa cínica de Bill Murray, un tratado existencial sobre el tiempo, el tedio y la posibilidad de redención. Groundhog Day (Atrapado en el tiempo, 1993) es mucho más que la película del Día de la Marmota: es una fábula mística disfrazada de sitcom.

Una comedia mínima convertida en mito cultural

Cuando Harold Ramis y Danny Rubin escribieron el guion de Groundhog Day, no podían imaginar que aquella pequeña comedia romántica con bucle temporal iba a trascender el género hasta convertirse en referencia obligada de filósofos, monjes budistas y guionistas de ciencia ficción. Estrenada en 1993, la cinta fue recibida como una “feel-good movie” simpática, una pieza menor dentro de la carrera de Bill Murray. Pero el tiempo —ese mismo que en la ficción se congela— la ha convertido en un clásico que sigue creciendo con cada visionado.

Phil Connors, meteorólogo arrogante y descontento con su vida, es enviado a cubrir el anodino festival del Día de la Marmota en Punxsutawney, Pensilvania. El castigo: despertar una y otra vez el 2 de febrero, sin posibilidad de escapar del bucle. La anécdota absurda deviene un experimento radical sobre lo humano: ¿qué haríamos si tuviéramos que repetir nuestra vida hasta que dejase de ser insoportable?

Entre Kierkegaard y Bugs Bunny

El cine de los 90 coqueteaba con los bucles narrativos —12 Monos, Dark City, Run Lola Run—, pero Groundhog Day lo simplificó al extremo: un solo día, idéntico, repetido hasta el infinito. La economía narrativa se vuelve brutal, casi teatral. Aquí el gag cómico se mezcla con un trasfondo metafísico: el eterno retorno nietzscheano encajado en una comedia romántica de bajo presupuesto.

El film atraviesa varias fases emocionales:

  • La euforia hedonista: Phil explota la repetición para comer, robar, seducir, conducir como un loco.
  • El nihilismo: sin consecuencias, la vida pierde sentido. Los intentos de suicidio se vuelven un slapstick macabro.
  • La transformación: el bucle se convierte en disciplina. Aprende piano, salva vidas, perfecciona gestos mínimos. La repetición deja de ser castigo para volverse arte.

El humor absurdo conecta con la tradición del cartoon —Coyote y Correcaminos atrapados en su propio destino— pero se tiñe de filosofía existencialista: sólo al asumir el tiempo como repetición podemos encontrar una forma de libertad interior.

Bill Murray como antihéroe zen

El magnetismo de la película descansa sobre los hombros de Murray. Su sarcasmo, esa mezcla de hastío y brillantez, convierte a Phil en un bufón trágico. La interpretación oscila entre el stand-up más cínico y la melancolía silenciosa, como si estuviera improvisando ante el propio absurdo.

Murray, por entonces en plena metamorfosis personal, venía de años de comedias disparatadas (Ghostbusters, Caddyshack) y se acercaba a un tono más amargo y adulto que luego explotaría en Lost in Translation. Aquí encontró el personaje bisagra: un hombre que odia al mundo porque se odia a sí mismo, condenado a repetirse hasta que aprende a disolver su ego.

No es casual que la película haya sido adoptada por comunidades budistas como parábola del samsara —el ciclo de nacimiento y muerte— y por cristianos como metáfora de la gracia y la redención. Pocas comedias han tenido semejante vida espiritual.

El loop como metáfora cultural

Desde 1993, Groundhog Day se ha convertido en expresión universal: políticos atrapados en la burocracia, oficinistas frente a sus pantallas, gamers farmeando niveles infinitos. La repetición cotidiana, esa sensación de estar siempre en el mismo día, es la verdadera pesadilla contemporánea.

El cine posterior lo explotó en clave más oscura (Edge of Tomorrow), juvenil (Happy Death Day) o experimental (Palm Springs). Los videojuegos, desde Majora’s Mask hasta Hades, han encontrado en el loop un lenguaje natural. Incluso las redes sociales —con su scroll infinito— parecen una actualización siniestra del castigo de Phil Connors.

Una película pequeña que se volvió infinita

A treinta años de su estreno, Groundhog Day se lee como una obra abierta: comedia romántica, parábola espiritual, sátira social o metáfora del arte como disciplina repetitiva. Lo que parecía un gimmick de guion se transformó en un espejo de nuestra relación con el tiempo.

El secreto está en que nunca da respuestas cerradas. ¿Cuánto tiempo estuvo atrapado Phil? ¿Décadas, siglos? El film no lo dice. Lo importante no es el número de repeticiones, sino el salto cualitativo: pasar del egoísmo a la entrega, del hastío a la atención plena. El día de la marmota no acaba cuando Phil “gana” el juego, sino cuando se transforma en alguien digno de seguir adelante.

Conclusión

Groundhog Day, Atrapado en el tiempo en España, es una de esas películas que envejecen hacia la eternidad. Una comedia ligera que, sin proponérselo, terminó construyendo un mito contemporáneo. En tiempos donde todos sentimos que despertamos al mismo día, la película de Bill Murray sigue recordándonos algo esencial: no se trata de escapar del bucle, sino de aprender a vivir en él.

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