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Cosmópolis Deseante: Sexo en Nueva York y la fascinación masculina por un relato femenino

Cosmópolis Deseante: Sexo en Nueva York y la fascinación masculina por un relato femenino
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Cosmópolis Deseante: Sexo en Nueva York y la fascinación masculina por un relato femenino

¿Por qué una serie de tacones, cócteles y confesiones íntimas se convirtió en un imán también para los hombres?

El espejismo del Manhattan deseado

A finales de los 90, cuando Sexo en Nueva York apareció en HBO, la televisión aún no había mutado del todo en la máquina de relatos de autor que conocemos hoy. La serie creada por Darren Star y basada en la columna de Candace Bushnell irrumpió como un manifiesto pop: cuatro mujeres de clase media-alta, independientes, obsesionadas con el sexo, el amor y la moda, sobreviviendo en el Manhattan pre-11S. La novedad estaba en la mirada: era un relato confesional en clave femenina, frontal, lleno de diálogos sobre orgasmos, vibradores y decepciones sentimentales, que convertía lo íntimo en espectáculo.

Y sin embargo, el magnetismo que ejerció sobre los hombres fue inesperado. Más allá de la caricatura de “novias obligando a sus parejas a verla”, había un ejército silencioso de espectadores masculinos que se enganchaban —con un cóctel o una cerveza en mano— a las aventuras de Carrie, Miranda, Charlotte y Samantha.

El voyeurismo emocional

¿Por qué? En parte por el efecto voyeur: los hombres tuvieron acceso a un confesionario femenino sin filtros, una especie de manual de usuario de los deseos, miedos y contradicciones de las mujeres urbanas. Ver a Carrie escribir en su laptop preguntas sobre la naturaleza del amor era como asomarse a un diario secreto colectivo.

En un tiempo en el que la masculinidad aún estaba encorsetada por el “no hablar de sentimientos”, la serie ofrecía a los hombres la posibilidad de habitar conversaciones prohibidas. Los diálogos eran sexuales, sí, pero también vulnerables: sobre la soledad, la ansiedad ante el paso del tiempo, la negociación entre independencia y pareja.

En cierto modo, ver la serie era como asistir a un seminario de emociones femeninas contemporáneas sin tener que levantar la mano para preguntar.

Glamour, sexo y neurosis: el tríptico universal

No olvidemos lo otro: Sexo en Nueva York era puro entretenimiento. Tenía humor ácido, personajes bien definidos y situaciones absurdas reconocibles para cualquiera que haya sobrevivido a las citas. El atractivo no era solo el glamour de los Manolos o los martinis, sino el contraste entre el lujo y la neurosis: la comedia de enredos románticos es universal, solo que aquí venía con lencería de lujo y diálogos que, para la época, eran casi punk.

Muchos hombres encontraron en Samantha —con su descaro sexual y su humor salvaje— un personaje tan icónico como Tony Soprano o Hank Moody, solo que con tacones y vibradores.

Ecos culturales y espejo masculino

El impacto cultural de la serie puede leerse también en paralelo a otras ficciones de la época:

  • Igual que Los Soprano destapaba la intimidad de un gánster con problemas de ansiedad, Sexo en Nueva York mostraba la intimidad de cuatro mujeres con problemas de deseo.
  • Como Friends, jugaba con el grupo como microcosmos, pero sustituyendo la inocencia sitcom por un cinismo sexual y existencial mucho más ácido.
  • Y en cierto modo anticipaba Girls (Lena Dunham), pero con otro código estético: menos indie, más escaparate.

La fascinación masculina por Sexo en Nueva York tenía algo de espejo: muchos hombres encontraban en Mr. Big, Aidan o Steve proyecciones de sí mismos en la jungla emocional. Mirar la serie era también comprobar “cómo nos ven ellas”.

Una serie sobre mujeres… que habló de todos

Lo verdaderamente subversivo fue que una serie concebida como relato femenino acabó desbordando el género y convirtiéndose en un relato humano sobre las ansiedades del amor moderno. A los hombres les gustaba porque, debajo de los zapatos de diseñador y los diálogos sobre eyaculaciones precozmente narrados en cócteles, había algo universal: el miedo a la soledad, la búsqueda del deseo, la imposibilidad de conciliar libertad y pertenencia.

Conclusión

Sexo en Nueva York fue para muchos hombres lo que Playboy decía ser pero nunca fue: una puerta hacia la mente femenina, no solo hacia su cuerpo. Un laboratorio de confesiones urbanas, envuelto en lujo y sarcasmo, que desarmaba las máscaras de género. Al final, lo que se veía en pantalla no era tanto una serie “de mujeres” como una coreografía colectiva de neurosis universales.

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