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Metronomy: el artificio pop en tiempos de saturación digital

Metronomy: el artificio pop en tiempos de saturación digital
Categories Éxtasis Revelación

Metronomy: el artificio pop en tiempos de saturación digital

La paradoja del pop raro

Entre la melancolía synth y la ironía del dancefloor

Metronomy siempre ha habitado esa zona liminal donde el pop se retuerce sobre sí mismo y se convierte en un artefacto extraño. Nacido como proyecto solitario de Joseph Mount en su habitación de Devon a principios de los 2000, pasó de programar beats minimalistas en su ordenador a levantar una banda que acabaría reescribiendo las reglas de lo que significaba ser indie electrónico. Nunca fueron del todo mainstream, aunque se colaron en festivales gigantes. Tampoco fueron del todo underground, aunque sus primeros discos parecían más cercanos a un fanzine de bedroom producers que a la radio comercial.

Metronomy es una paradoja con patas: hacen canciones bailables que suenan tristes, y baladas nostálgicas que te invitan a moverte. Son el reverso irónico de LCD Soundsystem y el primo británico que nunca invitamos a la boda de Hot Chip.

Nights Out y la fiebre fluorescente

El primer gran golpe llegó con Nights Out (2008), un disco que parece grabado en una pista de baile abandonada a las seis de la mañana. Electrónica lo-fi, sintetizadores pegajosos, voces torpes pero magnéticas. Allí estaba la semilla de su estética: ironía, un aire amateur elevado a declaración de estilo, y una nostalgia de algo que nunca existió.

Si Nights Out fue un diario íntimo de fiestas imaginadas, The English Riviera (2011) fue la sofisticación. De repente, Metronomy se vistió de lino blanco, bajó las pulsaciones y sonó a verano eterno, a costa sureña inglesa idealizada en technicolor. “The Look” o “Everything Goes My Way” ya no eran rarezas electrónicas, eran himnos pop con un disfraz sofisticado. Y ahí se consagraron: la prensa británica los canonizó como los nuevos arquitectos de un pop europeo elegante y escapista.

Entre lo retro y lo contemporáneo

Lo que distingue a Metronomy es su capacidad para jugar con el tiempo. Sus discos parecen collages temporales: el funk sintético de los 70, el pop de cámara de los 60, la estética rave de los 90, la melancolía indie de los 2000. Siempre con un pie en la nostalgia y otro en lo digital.

En ese sentido, hay una conexión clara con propuestas como Ariel Pink (la obsesión por lo kitsch), con Broadcast (la reconstrucción retro-futurista del pop) o incluso con Daft Punk en su faceta más soft-focus. Pero Metronomy siempre se ha mantenido en la delgada línea de lo raro y lo accesible: lo suficiente para sonar en un club hipster de Berlín, pero también en el hilo musical de un H&M en Tokio.

El arte de no ser cool

Parte de su encanto reside en que nunca han tratado de ser cool a la manera habitual. Joseph Mount y compañía han cultivado una estética cercana al anti-glamour: vídeos caseros, bailes absurdos, estilismos a veces intencionadamente ridículos. Esa incomodidad es la clave: Metronomy siempre suenan como outsiders dentro de su propio éxito.

Ahí reside su condición de culto: aunque han llenado festivales y salas, siempre da la sensación de que su lugar natural es un garaje lleno de sintetizadores polvorientos y cintas VHS con grabaciones de karaoke.

El presente: madurez y melancolía

Discos como Love Letters (2014), Summer 08 (2016) o Metronomy Forever (2019) muestran la evolución hacia un sonido más reflexivo, incluso introspectivo. Menos euforia, más nostalgia. El paso del tiempo, la paternidad de Mount, la vida adulta… todo eso se filtra en las letras y en los arreglos.

Pero la esencia permanece: ese brillo melancólico que convierte cada canción en un espejo ambiguo, donde la alegría y la tristeza bailan juntas. Metronomy sigue siendo una cápsula temporal extraña, un grupo que nunca encaja del todo, pero que por eso mismo ha conseguido construir un lugar único en la cartografía del pop alternativo.

La fiesta que nunca termina del todo

Metronomy son como esas fiestas en las que bailas con lágrimas en los ojos. Su música vive en ese intersticio entre la euforia y la derrota, entre la nostalgia y el artificio. Han conseguido lo que pocos logran: crear un universo reconocible, donde cada disco es un capítulo más de un diario íntimo disfrazado de pop electrónico.

Escuchar Metronomy es aceptar la incomodidad de lo inacabado, de lo imperfecto, de lo que nunca va a ser plenamente cool. Y ahí está el secreto: en ese lugar extraño, incómodo y brillante, habita su arte.

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