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Mutaciones del deseo: Cronenberg y la Nueva Carne

Mutaciones del deseo: Cronenberg y la Nueva Carne
Categories Éxtasis Extravagancia

Mutaciones del deseo: Cronenberg y la Nueva Carne

Entre la carne y el metal, la fiebre y la máquina, David Cronenberg abrió un portal al cine que aún hoy incomoda: un laboratorio donde la biología sueña con el cromo y el cuerpo se convierte en territorio de colonización tecnológica.

La carne como lenguaje

Cuando en Videodrome (1983) James Woods introduce una cinta VHS en una hendidura viscosa en su propio abdomen, el espectador deja de ser un testigo para convertirse en cómplice de la mutación. Cronenberg bautizó esa alquimia como Nueva Carne: un manifiesto no escrito donde el cuerpo deja de ser el límite de la identidad y pasa a ser un espacio maleable, susceptible de rediseño, infección o fusión con la máquina.

La idea no nace de la ciencia ficción dura, sino de una pulsión mucho más íntima y orgánica: la certeza de que nuestra relación con la tecnología es ya una relación carnal. Un eco de William S. Burroughs, cuya novela El almuerzo desnudo Cronenberg adaptaría en 1991, y que entendía el cuerpo como una terminal biológica para virus, drogas y mensajes clandestinos.

Virus, prótesis y erotismo industrial

La Nueva Carne de Cronenberg no es sólo un hallazgo visual; es una gramática. En Crash (1996), la colisión automovilística se transforma en ritual erótico, en cicatriz como tatuaje y en metal como extensión del deseo. En Existenz (1999), los videojuegos se conectan directamente al sistema nervioso a través de “biopuertos” en la columna vertebral, convirtiendo el entretenimiento en una simbiosis orgánica-tecnológica.

Aquí se cruza con J.G. Ballard, Francis Bacon y H.R. Giger: todos ellos exploradores de ese espacio donde la forma humana se deforma y renace. Sus prótesis no son herramientas de reparación, sino dispositivos para reprogramar la experiencia sensorial. El sexo se contamina de mecánica, la herida se erotiza, y el placer ya no se mide por intensidad sino por rareza.

La metamorfosis como política

Más allá del shock estético, la Nueva Carne de Cronenberg plantea una política de los cuerpos. En un mundo donde la identidad es mutable, la biología deja de ser un dogma. El cuerpo ya no es destino, sino superficie de escritura. Un espacio para la subversión, el hackeo y la autoedición.

En The Fly (1986), la transformación de Seth Brundle en un híbrido insecto-humano no es sólo horror corporal: es también una parábola sobre la enfermedad, la decadencia física y la inevitabilidad de la muerte. En Crimes of the Future (2022), la cirugía se convierte en performance artística, en acto de resistencia y reinvención frente a un mundo saturado de desechos industriales.

Esta visión conecta con la teoría cyborg de Donna Haraway, que proponía derribar las fronteras entre lo humano, lo animal y lo maquínico como acto emancipador.

El legado mutante

La Nueva Carne no es un estilo cerrado, sino una infección cultural. Su ADN se filtra en el cine de Shinya Tsukamoto (Tetsuo: The Iron Man), en el biopunk de Akira de Katsuhiro Otomo, en el body horror íntimo de Julia Ducournau (Titane), y en videojuegos como Scorn o Observer.

Cronenberg entendió antes que nadie que el futuro de lo humano no sería limpio ni aséptico, sino húmedo, contradictorio y libidinosamente imperfecto. Su cine no nos ofrece respuestas, sino un espejo bioluminiscente donde reconocemos la incomodidad de vivir en un cuerpo que cambia cada día.

Conclusión

La Nueva Carne es más que una metáfora del cambio tecnológico: es un manifiesto sobre nuestra incapacidad para separar lo biológico de lo artificial. En el laboratorio narrativo de Cronenberg, la mutación no es un accidente, sino la condición natural de nuestra era. Quizás, como sus personajes, el único camino sea aceptarlo… y dejar que la carne sueñe con nuevas formas.

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