Entre el espionaje pop y la filosofía existencial, una serie de culto que anticipó la distopía de lo cotidiano.
I. El laberinto del libre albedrío (o cómo escapar sin moverse)
1967, Mientras el mundo baila entre el swingin’ London, los estertores del imperio británico y el miedo atómico, la televisión pública británica lanza una bomba más sutil y duradera: The Prisoner. Su protagonista, conocido solo como Número 6, despierta en una aldea idílica donde todo es control y vigilancia. Ha dimitido de su puesto como espía, pero su deseo de privacidad es tratado como una amenaza política.
La serie, creada y protagonizada por Patrick McGoohan, no se parece a nada de su época. Es James Bond encerrado en un episodio de Black Mirror filmado por Buñuel con decorados diseñados por Escher. Su estética colorida y optimista choca frontalmente con un contenido filosófico oscuro y paranoico.
II. El Village: utopía o campo de reeducación
Todo en The Prisoner es simbólico. El Village no es un lugar, es un estado mental: la sociedad liberal convertida en cárcel de espejos. Cada número encarna una forma de sometimiento o resistencia. El Número 2 cambia constantemente: rostros nuevos, mismos métodos. ¿Una metáfora del poder impersonal? ¿De la democracia como ilusión?
La serie dialoga con Kafka, Orwell y Camus, pero también con el incipiente lenguaje pop de la contracultura. El uso del color, los decorados kitsch y los disfraces grotescos prefiguran el cine de Terry Gilliam y la estética de Yellow Submarine. Aquí no hay respuestas, solo preguntas bien formuladas.

III. Deconstruyendo al espía: ¿quién es el Número 1?
>> SPOILER
SPOILER El episodio final —»Fall Out»— es uno de los más crípticos de la historia televisiva. Al desenmascarar al Número 1, descubrimos que es… él mismo. ¿Autotraición? ¿Círculo vicioso del ego? ¿Una broma posmoderna? SPOILER
The Prisoner desafía al espectador: no ofrece cierre, no resuelve tramas, no tiene héroes ni villanos claros. Su estructura antinarrativa influenciará desde Twin Peaks hasta Lost, pasando por Watchmen o Mr. Robot.
IV. Ecos culturales y resonancias modernas
- En el cómic: Grant Morrison y Alan Moore beben directamente de este espíritu subversivo.
- En la música: bandas como Iron Maiden o The Clash han referenciado la serie.
- En la teoría cultural: The Prisoner anticipa el panóptico digital, la pérdida de identidad ante el algoritmo, y el espectáculo como control.
Hoy, en plena era de redes, datos y geolocalización constante, la pregunta de Número 6 (“¿Quién es el Número 1?”) resuena con fuerza. Tal vez siempre lo fuimos nosotros.
Conclusión:
Ver The Prisoner es aceptar no entender del todo. Es sumergirse en un manifiesto visual sobre la libertad individual, la vigilancia y la resistencia pasiva. Es arte pop, sí, pero también una pesadilla ontológica que aún no hemos despertado.

